Imitación de un corazón desfallecido (Dimitri Ives)

                                                        Créditos de imagen: Pixabay


 

Esta noche hace frío. Enciendo la estufa y caliento un poco de agua. En una taza agrego un poco de café y la mitad de una cucharada de azúcar. En lo que se calienta el agua, soplo aire entre mis manos. Las froto una y otra vez, vano intento de calentarlas un poco. Miro el reloj. Las nueve en punto, me pregunto cuándo fue la última vez que me congelé de esta manera. Mi memoria trata de recordar. El agua está lista. La vierto en la taza y comienzo a mezclarla con el café y azúcar.

Me dirijo a la sala. Observo el viejo sillón que yace a la mitad del lugar. Azul deslavado, manchas cafés y, en partes, tela rota. Me hace falta un nuevo sofá, digo en voz baja. Camino al sillón, coloco la taza en la mesita de centro. En esta, un libro nuevo sin leer, una cajetilla de cigarros, un cenicero y un encendedor. Recuesto mi cuerpo en el sillón. Cubro mis piernas con una manta que está tirada cerca de donde me encuentro.

¿Dónde está ella? ¿Se acuerda de mí? Pregunto una y otra vez. Pensamientos aterrizan en mi mente. Una guitarra y una canción de amor. Un avión y una maleta, el primer viaje. Un abrazo, una sonrisa, una tarde eterna. Una habitación de hotel, un par de copas, una botella de vino tinto. Trozo de papel, declaración, propuesta de vida.

Un perro comienza a ladrar. Movimientos torpes, café derramado en la alfombra. Un cigarrillo consumiéndose en la chimenea de la desesperación. Dedos temblorosos, cuerpo que ya no pertenece a nadie. Alma inerte. Manta absorbiendo el líquido café. Pies descalzos corriendo por el pasillo. Cuerpo aterrizando en la cama desecha. Lágrimas que brotan. Voces sofocadas con el vapor de invierno.

Ya no hay nada más por hacer, pienso y confirmo. Respiro profundo. Me levanto y me siento frente a la ventana que da a la calle.

La noche que me había congelado fue la misma en que ella se despidió de mí. Una llamada entrante, voz temblorosa pidiendo disculpas, punto final en el fragmento de nuestras vidas.

El teléfono suena insistente. Lo observo encenderse y apagarse conforme las llamadas recibidas. Con mis manos masajeo mi cabeza, desordeno aún más mis cabellos. Me levanto y cierro la ventana. En la nevera me espera una botella de vodka, mi favorito. Trato de llegar a ella, mi pie descalzo se topa con el cristal del vaso roto de la semana pasada. Agua rojiza inunda la planta de mi pie. Saco el vidrio que me causó la herida, ¿es mi imaginación?

El vodka me calienta un poco. Bebo un trago tras otro y otro más. No sabe a nada. No causa ningún estrago en mí. En eso, recuerdo toda la correspondencia que tengo sin leer. Dos postales, tres recibos por pagar y, esa carta suya. Una sonrisa escapa traviesa de mis labios.

El bar. Música al compás de la luz destellante. Gritos, risas, bailes sensuales. Su cuerpo de algodón moviéndose como rayos en la oscuridad. Cadera de izquierda a derecha. Trap y reggaetón en las bocinas. Bocas entrelazadas. Abrazos. Caricias. Cerveza. Tequila. Champagne. Sueños. Ilusiones. La sensación de un nuevo amor.

 

“¿Cómo estás? Hace tiempo no recibo noticias tuyas” —el color púrpura se ha adentrado hasta llegar a mis latidos— “quiero pensar que estás bien, no quise lastimarte, tú sabes que te quiero, tal vez, no de la manera que tú lo esperabas…” —esta mañana el viento helado penetró mis pensamientos, no hay nada que pueda sentir, todo va perdiendo color— “mis padres quieren invitarte a comer, creen que sería buena idea que nos volvamos a ver” —no tengo ganas de escucharte, ni saber de ti. ¿Por qué no simplemente te esfumas así como llegaste?— “me importas” —un carajo— “hay veces que aún pienso en ti” —no tengo ni puta idea de quién soy—.

—Quiero un cigarro que me consuma el alma— eres una pequeña pelota de masa moldeable —vete a un carajo, púdrete— te ilusionas con el sol de la mañana  —mi cuerpo no es mío, mi mente no me pertenece— escuchas los gritos de un alma en agonía — ¿soy yo?— él que está enterrado bajo la montaña —él que juega con la muerte— él que nunca vivió.

“Podemos hacer que las cosas funcionen” —no sé contener las lágrimas— ni siquiera deberías de llorar “tendremos una amistad muy bonita, eres muy especial para mí” te vas a podrir en el infierno —la inspiración me incita a firmar mi final— ¿cómo te llegará la muerte?, ¿tienes miedo? “¿recuerdas cómo nos conocimos?” —todo es oscuro, me siento perdida en un mar de tierra— por ahí dicen que la muerte es la creadora de todo “no quiero que te escapes a mis manos como sentimientos efímeros” ¿reconoces el dolor agonizante? —es la mentira que flechó mi corazón­— no te escucho, “espero una respuesta” —así será—.

 

Entre mis manos papeles sin sentido. Trozos y tiras de palabras no leídas. Más basura cayendo sobre el piso. Voy al baño. Tomo una ducha. Restriego el agua en todo mi rostro. Tallo cada parte de mi cuerpo. Jabón olor a miel. Champú de coco. Agua tibia. Heridas sanando. Caída final. Me visto. Cepillo mi cabello. Unto crema en mi cuerpo. Tanto tiempo consumido. Agonías constantes. Nunca. Siempre. ¿Jamás?

 

 

Tomo el teléfono: ring rang ring ring rang ring rang ring ring ring Nadie responde. No hay un más allá. TODO TERMINA AQUÍ, digo al buzón. Apago el teléfono. Tic tac  tic tac tic tac pensamientos inconclusos tic tac tic tac        tum tum tum   LATIDOS SE DISFRAZAN DE SEGUNDOS MENTIROSOS tic tac  tic tac el tiempo pasa tic tac            tic tac tic tac TÚ TE VAS tum tum tum el miedo me hace agonizar —me pierdo en la gota de champagne— tic tac tic tac          te viertes en una botella de cristal tum tum tum “¿dónde estás?” —ella me espera y nada más— clack track pooooooooom traaaaaaaaaaaas un cuerpo cae al vacío, ya no hay marcha atrás.