El fantasma de la manta. Dimitri Ives

Créditos de imagen: Pixabay

 

 

 Para Quesito Anónimo

T

odo comenzó en Aterrolandia, la ciudad donde vivían las creaturas más tenebrosas del mundo: fantasmas, magos, brujas, demonios, espíritus malvados, vampiros, duendes, hombres lobos, monstruos y todas aquellas criaturas fantásticas que aterran la mente de los niños. En Aterrolandia vivía una fantasma llamada Flor Bella que estaba embarazada y dio a luz a uno de los fantasmas más hermosos que el mundo conocería: el fantasma de la manta.

El día de su nacimiento marcaría una nueva etapa en la vida de su familia, se trataba de una creatura simpática y sonriente, cosa que lo distinguió desde un inicio. ¿Qué tipo de fantasma sería si parecía más bien un osito de peluche que una creatura del más allá?

Su hermano lo veía y se reía de él, porque siempre que este pequeñín intentaba asustar a alguien, terminaba por lograr el efecto contrario, los llenaba de ternura y por consiguiente se hacía amigo de sus “víctimas”.

Fue así como siguió pasando el tiempo, el fantasma seguía creciendo, pero nada cambiaba, él no se convertía en el espíritu aterrador que todos esperaban.

Un día el fantasma tuvo que ir por primera vez a la escuela de sustos y al llegar su maestra le dijo “Ey, pequeñín, esta es una escuela de fantasmas aterradores, no de fantasmas cariñositos. Deberías de intentar cambiarte de escuela, es por tu bien, aquí te puedes asustar”.

Nuestro fantasma no respondió nada, sólo tomó sus cosas y fue de regreso a casa. Pero al llegar escuchó una conversación entre su hermano y su mamá.

-Pero es qué, mamá, fantasmín no es bueno asustando. Me da vergüenza decir que es mi hermano.

-No digas eso, tu hermano será un excelente fantasma, sólo que necesita de crecer para serlo. Ya tendrá que ir aprendiendo a cómo asustar. Es más, tú deberías de enseñarlo.

-Yo no pienso enseñarlo, a mí nadie me enseñó. ¿Sabes por qué? Porque yo sí soy un buen fantasma, no un intento de ello.

Fantasmín Jesusín ya no quiso seguir escuchando. Se sintió muy triste de que su hermano pensara que él no era un fantasma, sino sólo un intento de serlo. Por lo que, nuestro fantasma creyó que lo mejor era irse para ya no avergonzar a su familia.

Tomó de nuevo su mochila y emprendió su nuevo viaje, ese viaje que lo llevaría a encontrarse a sí mismo. Pero, claro, él no lo sabía.

Este fantasmita caminó y caminó, todo el camino estuvo llorando y pensando que de esta manera hacía feliz a su familia. Él se sentía como un estorbo y por eso quiso huir. Caminaba y caminaba y su sufrimiento no olvidaba. Caminó y caminó y su corazón se rindió.

Pobrecito fantasmita, se sentía tan solo y abandonado, no tenía con quién jugar, con quién hablar, con quién reír ni a quién apapachar. Pobre fantasmita que creía que nada tenía sentido, que nadie lo quería, que no servía para nada…

Pobre fantasmita que caminaba y caminaba y de su casa se alejaba… Pobre fantasmita que no tenía nada que comer ni a dónde volver… Pobre fantasmita, tan chiquito y tan solo…

Fantasmín tomó una carretera que llevaba a Ternurilandia con la esperanza de encontrar a alguien que lo quisiera y lo comprendiera. Lo que no sabía era que el letrero estaba incompleto y en realidad se dirigía a Ternurilandia de los Horrores.

A lo largo de la vereda, todo el paisaje iba cambiando por uno más aterrador. Los árboles dejaron de ser frondosos para convertirse en árboles secos rodeados de arbustos espinosos. No había luz solar, sólo la luz de la luna lo acompañaba en su andar.

El viento soplaba y silbaba como si la muerte estuviera rondeando por este lugar. Los animales más hermosos eran las tarántulas y demás arácnidos que colgaban de la rama de los árboles. Los ríos contenían la sangre más espesa y caliente que poseía este mundo. La tierra compuesta por ojos de rana, y las piedras dientes de niños indefensos.

Se trataba de un sitio aterrador, pero el único espacio en el que Fantasmín se sentía seguro y sin miedo de ser criticado o rechazado por los demás. Siguió caminando y la noche lo inundó en completa oscuridad…

Mamá, te extraño. Perdóname por no ser un buen fantasma. Espero que con mi partida seas feliz al igual que mi hermano”. Estás palabras iban resonando en la cabeza de Jesusín. De nuevo, él no sabía que su mamá estaba muy preocupada por él y lo estaba buscando en cada rincón de la ciudad.

Su mamá lo buscó en la escuela, en el jardín, en la biblioteca, en el parque, en la tienda de videojuegos, en el río, en el parque de diversiones, en las tiendas y supermercados, en todos los lugares. Su mamá lo amaba fuera como él fuera, puesto que ella lo quería por lo que era no por lo que otros dijeran.

Su mamá angustiada y llorando, estaba cansada y orando, ¿cómo fue que su pequeñín se perdió?, ¿cómo fue que su hijo desapareció de la nada?

¿Qué le habría pasado a Fantasmín? ¿Lo habrían secuestrado? ¿Lo habrían matado? ¿Lo habrían encerrado y ocultado?

La angustia carcomía el corazón de Flor Bella, el dolor le apuñalaba el pecho como el peor de los sufrimientos, la conciencia no la dejaba descansar… Dónde estaría este niño, dónde estaría este fantasma aventurero y de noble corazón.

Flor Bella notificó a la policía y entre todos se pusieron alertas para encontrar a este pequeño fantasma. Pero nadie imaginó que en esos momentos Jesusín estuviera en la casa de la bruja Margot, quien lo ayudaría a ser lo que él tanto deseaba.

-Entonces cuéntame tu historia… ¿Qué hacías tan solo en un bosque tan peligroso?

-Es que nadie me quiere porque no soy un fantasma aterrador.

-Pero, ¿te dijeron que no te quieren? Eres un fantasmita muy chiquito y muy bonito. ¿Quién se atrevería a decirte que no te quiere?

-Nadie me lo dijo… Pero mi hermano le dijo a mi mamá que yo le doy vergüenza…

-Pequeñito, hay ocasiones en las cuales los hermanitos se enojan entre sí y dicen cosas que lastiman al otro, pero que en sí no son verdad, sólo lo dicen porque están molestos.

-Pero…

- ¿Hiciste algo que hizo enojar a tu hermano?

-Sí, traté de ayudarlo a asustar a un adolescente terrestre, pero le arruiné el susto.

-Tal vez, por eso lo dijo. ¿Quieres que te ayude a regresar a casa? Tu familia debe de estar muy preocupada por ti.

-No quiero. Primero necesito convertirme en un fantasma aterrador o en alguna creatura que asuste.

- ¡Ya sé! ¿Quieres qué te ayude a asustar?

- ¿Cómo?

-Te daré una manta. Este pequeño pedazo de tela te ayudará a convertirte en todo aquello que tú desees, sólo necesitas pedirlo con muchas fuerzas y nunca rendirte por alcanzar tus sueños.

Jesusín recibió la manta de color rojo con dibujos de murciélagos como su ídolo Batman plasmados a lo largo de la tela. Miró aquel trapo y luego posó su mirada en la de la bruja. Le dijo “Gracias” y salió de la casa.

El pequeño salió y siguió su camino, caminó y caminó, cantó y cantó, a final de cuentas no todas las brujas son malas, pensó.

Después de tanto andar, llegó a la ciudad de los horrores. Al entrar en el lugar, buscó a Juanco, el ratón de los sueños. La bruja le había comentado, antes de que se fuera, que podría ir con este ratoncito para que le concediera un deseo, pero que a cambio él tendría que ayudarle a Juanco con alguna labor.

Juanco al saber que venía de parte de la bruja Margot, lo recibió con gusto y con alegría lo escuchó. “Mira, pide tu deseo, no es mucho lo que poseo, pero te lo daré de corazón, ayudar es mi razón”. Estas palabras hicieron que Fantasmín se sintiera más contento que nunca, y se puso a pensar qué es lo que pediría puesto que sólo tendría derecho a un deseo.

¿Qué desearé? ¿Qué es lo que quiero de corazón? No todos los días se presentan oportunidades como ésta. ¿Qué puedo hacer yo? ¿Qué es lo que me hará feliz? ¿Qué puedo, yo, pedir? Tal vez, podría pedir convertirme en humano…

A la mañana siguiente despertó y se encontraba en una habitación completamente distinta a la suya. Se levantó y notó que ya no era un fantasma. Ahora era un pequeño niño que estaba a punto de irse a la primaria.

Su madre lo abrazó y le dio de almorzar. Lo escuchó y se puso a cantar. ¡Qué hermoso es el amar de madre! ¡Qué hermosa es su manera de educar! ¡Qué hermosa es su manera de a sus hijos todo entregar! ¡Qué hermoso es poder a ellas adorar!

Jesusín se fue a la escuela. Se sentía feliz, se sentía completo, sentía que tenía un motivo para sonreír. Pero descubrió que a pesar de todo, extrañaba a su verdadera familia, extrañaba a su madre, extrañaba ser quien él era realmente.

Trató de distraerse y se puso a jugar pelota con sus nuevos amiguitos. Mientras juagaban futbol se dio cuenta de que había un niño que sólo los veía, pero que no se atrevía a acercarse para jugar. Entonces, Fantasmín corrió hasta él.

-Hola, mi nombre es Fantasmín Jesusín. ¿Quieres jugar con nosotros?

- ¿Fantasmín? Yo soy Meño Manuel, pero no sé jugar futbol. Yo no practico deporte… Soy pésimo en ello.

-Pero, ¿por qué lo dices?, ¿ya lo has intentado?

-Sí, pero no juego bien, nunca lo he hecho. Es por eso que los otros niños nunca me eligen en su equipo.

-No digas eso. Si quieres, yo te puedo ayudar a jugar futbol.

-Pero… Es que no voy a saber…

-Si no lo sigues intentando, nunca lo lograrás… Mis papás siempre me han dicho “él que persevera alcanza”. Así que no te des por vencido…

Fantasmín ayudó a Manuel a jugar futbol y logró que éste se convirtiera en uno de los mejores futbolistas del equipo de su escuela. Fue en ese momento en el que descubrió que a lo mejor para ser un buen fantasma sólo tenía que practicar y practicar.

No obstante, prefirió huir de su realidad y siguió siendo humano, a pesar de extrañar tanto su casa fantasmal.

Los días siguieron pasando, y él conoció a otro niño que era muy bueno en deportes, pero cuando se trataba de las matemáticas no podía hacer nada al respecto para mejorar. Fantasmín quiso hacer lo mismo que había hecho con su amigo Meño, y no lo logró.

Por más que su nuevo amigo se esforzara, no podía dominar esta ciencia exacta. Y en esta ocasión, descubrió otra cosa más… Tal vez, hay cosas que por más que nosotros queramos alcanzar, no lograremos… Pero está bien, tenemos otros talentos y eso es lo que nos hace únicos ante los demás.

Fantasmín estaba descubriendo los misterios y los secretos de ser único y especial, y fue así como anhelo regresar a ser un fantasma…

¡No! El desear ser humano sólo me alegrará a mí. Tiene que haber algo que me haga feliz, algo que me haga sentir completo…

¡FLASSSSSSSSSSSSSSHHHH! La manta se iluminó y el rostro del fantasma también. La cobija cambió de color para pasar a ser de un tono azul rey muy hermoso, convirtiéndose los murciélagos en pequeñas estrellas fluorescentes. Estaba decidido, su deseo era regresar a casa y volver en el tiempo para que nadie recordase que él había huido.

El ratoncito le cumplió su deseo y lo regresó a su ciudad en el momento en que la maestra le dijo que debería de cambiarse de escuela.

-Pero, maestra, ¿a dónde debería de ir a estudiar?

-Mira, pequeñín, no todos los fantasmas nacieron para asustar. Y eso está bien, porque si no, imagínate qué aburrido sería todo si todos fuéramos iguales. ¿Tienes algún talento en especial?

-Es que la verdad no sé… Me gusta mucho el ayudar a los demás, también me gusta hablar con las otras creaturas y hacerlos mis amigos.

-Mmm… Yo diría que tenemos que hablar con tus padres para buscar algo más en específico para que podamos recomendarte una escuela en especial.

Entonces, la maestra le llamó a su mamá y Flor Bella le comentó que el talento de su hijo se basaba en imaginar y crear cosas nuevas, por lo que le recomendaron la escuela de magia. Y sí, fue así como Fantasmín fue a la escuela de magia para convertirse en el fantasma mágico más importante de Aterrolandia.

Por otro lado, antes de que se convirtiera en un gran mago, habló con su hermano y le pidió perdón por arruinarle su susto al adolescente. Su hermano se sorprendió, pero lo perdonó, y al mismo tiempo le pidió perdón por haberse burlado de él por su defecto al aterrar personas.

¡Cómo cambian las cosas cuando uno las piensa! ¡Cómo cambia todo cuando hablamos de aquello que nos lastima! Todo era tan fácil como no huir de su casa y buscar un talento que lo hiciera distinto a los demás, porque a final de cuentas todos somos diferentes, unos somos buenos para algo y otros somos buenos para otra cosa.

Fantasmín lo comprendió, y también se enteró del dolor que le causó a su madre cuando huyo de su casa. Él se prometió a sí mismo que nunca más la lastimaría, porque a partir de ese momento sería valiente para hablar de lo que le daba miedo o tristeza para que lo ayudaran.

Jesusín llevaba su manta a todos lados para recordar todo lo que había pasado para llegar a ser un fantasma con cualidades de mago.

Y pasaba y pasaba el tiempo, y pasaban y pasaban los días, su vida estaba llena de alegría. Y pasaban y pasaban las noches, y se fueron los reproches. Todo continuaba, y el caminaba, todo cambiaba y él se lo esperaba.

Llegó el instante en que decidió ir a visitar a su amiga la Bruja Margot para agradecerle lo que había hecho por él. A final de cuentas, la manta lo acompañó hasta que se convirtió en un hechicero de gran categoría. Su sueño se había realizado.

Pero al llegar a la casa de la bruja, se encontró con la sorpresa de que nunca hubo una casa en ese bosque, ni nunca hubo una bruja de nombre Margot. Él no lo podía creer, así que fue en busca del ratón Juanco, pero este animalito había muerto la misma noche que él había salido de su casa hacia el bosque.

Todo era un misterio, entonces, ¿quiénes lo habían ayudado a encontrarse a sí mismo?

Se decidió por regresar a su casa, cuando en el camino a la ciudad vio a un pequeño duende llorando a lo largo de la vereda.

-Hola, amiguito. ¿Por qué lloras?

-Es que nadie me quiere y por eso me fui de mi casa.

- ¡Ey! ¡No digas eso! Eres un duende muy tierno que te parece sí…

Sin querer la historia se estaba repitiendo. Fantasmín ayudó al duendecillo a regresar a su casa y también le obsequió su manta que de nuevo había cambiado de color para ser de un verde intenso. El pequeño duende le agradeció la manta y le prometió que haría de todo para ser feliz y ser un buen duende que cumpliría sus sueños.

Jesusín descubrió que el misterio de la manta no era tanto que se la hubiese dado una bruja imaginaria, sino la fuerza que la tela le transmitía a quien la poseía para alcanzar sus sueños.

El fantasma Jesusín construyó su casa en el camino del bosque. Ahí podía ayudar a todos los niños que estaban tristes y que querían cumplir sus sueños. A todos ellos les daba una manta y les contaba su historia.

Fue así, como este pequeño fantasma se convirtió en EL FANTASMA DE LA MANTA, el fantasma más bueno que uno pudiese encontrar. Un fantasma que ayuda a quien lo necesita, un fantasma que te dice que lo mejor es luchar por tus sueños y ser feliz.

¿Quieres una manta? ¿Quieres luchar por tus sueños? Ve por el camino correcto y el fantasma de la manta te encontrará…