El banquete. Dimitri Ives

 

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Él, el hombre poseedor de la sangre más espesa que he visto correr a lo largo del pasillo de mi habitación. Ese hombre que, en algún momento de mi vida simbolizó un ejemplo a seguir, se convirtió en otro número más dentro de mi colección de víctimas. Lamentablemente, a éste no pude darle un uso como a los otros. Los otros cadáveres de mi lista negra me servían como alimento al menos por dos semanas o como materia prima para producir distintas obras de arte como esculturas. Sin embargo, este hombre me daba tanto asco y me provocaba tanto odio y repulsión que lo menos que podía hacer por él era inhibirlo de su maldita existencia y así mejorar la mía. Se podría decir que me saldó cuentas pendientes del pasado, de cuando me convirtió en la porquería de ser humano que soy actualmente, cosa que, por otro lado, le agradezco. Pero bueno…

¿Cómo logré hacerme de su cuerpo dentro de mi casa? Él no podía ser más estúpido, o tal vez sí, no quiero asegurar algo que como fui aprendiendo a lo largo de mi vida, él superaba cualquier límite dentro del pendejismo humano.

No obstante, les decía, él no podía ser más estúpido, lo invité a cenar para hablar acerca de mis riquezas adquiridas con mi trabajo y esfuerzo y cómo es que estaba dispuesto a ayudarlo con una pensión. Él como todo hombre ambicioso (e ingenuo) aceptó inmediatamente mi propuesta.

Preparé todo lo mejor que pude, porque a final de cuentas, cenas como estas no se consiguen muy a menudo, y bueno qué decir de nuestro invitado especial, no muy seguido encuentras hombres de sesenta años a los cuales aborrezcas tanto al grado de querer borrarlos de la existencia.

Aunque ese es otro punto metafórico y una cuestión de cuestiones. ¿Nos libramos en algún momento de la existencia? Se supone que “la energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma”, no recuerdo quién lo dijo, pero sí sé que es una de las reglas de la vida en este mundo. Entonces, ¿qué pasa con nosotros después de la muerte si somos energía y ésta sólo se transforma? ¿A dónde va dicha energía? ¿Seguimos vivos en cierta manera? O tal vez seguimos al pie de la letra la frase religiosa de “polvo eres y en polvo te convertirás”.

Da igual, me da coraje que su asquerosa energía siga por algún rincón del mundo, pero al menos ya no se verá materializada en un cuerpo pútrido como el suyo. Y es que, si llega a reencarnar (si es que eso realmente existe) me gustaría decirle “maldito viejo nauseabundo, jódete, púdrete, muérete o te mataré de nuevo. Pero, ¿sabes por qué quiero que te mueras, infeliz? Porque no sirves para nada, sino para cagarme la maravillosa vida que tengo”.

Estimados lectores, discúlpenme por favor, no quiero aburrirlos con mi odio sin aparente razón, pero estoy seguro que conforme vayan leyendo la historia se darán de cuenta del por qué aborrezco tanto a ese hombre. Sin embargo, por ahora me gustaría hablarles de los preparativos del banquete.

¿Han visto cómo se emocionan las mujeres con la preparación de sus bodas? ¿Los padres con los bautizos o graduaciones de sus chiquillos? ¿Los jóvenes cuando obtienen su título y sueñan en cómo prosperarán (que, en países como éstos, esos pensamientos sólo son sueños y sólo eso)? ¿Los papas cuando tendrán una maldita orgía? ¿Los pedófilos cuando hacen de la suya y se cogen un mocoso? Pues así de emocionado me sentía preparando todo.

Comencé por decidirme en el lugar indicado para llevar a cabo mis fechorías. Primero pensé que me gustaría alquilar una capilla y ahí mismo decapitarlo frente a un dios inexistente, pero me di cuenta de que era una estupidez, no vale la pena manchar el lugar sagrado para muchos creyentes con la sangre de un cerdo como éste. Luego pensé en hacerlo en un basurero, porque mierda como esta tiene que regresar de donde salió, pero la neta esto lo vi algo indecoroso para alguien como yo, o sea, ¿cómo habría de ensuciarme en un lugar así? Después pensé en hacerlo en la tumba de su madre, pero la vieja me caía bien, no valía la pena molestarla matando a su cabrón en el lugar del “descanso eterno”. Y así seguí eligiendo el lugar indicado, pero ninguno me satisfizo. Hasta que decidí que lo mataría en mi recamara.

Ustedes se preguntarán el por qué permití que una escoria como él estuviera dentro del lugar más sagrado para mí. Pues la respuesta es sencilla: quería que muriera frente a las fotografías donde él juraba que todo estaría bien, promesa que nunca cumplió.

Amigos míos, no se decepcionen. Tal vez el lugar de su muerte sea uno muy cliché, pero lo interesante sería la manera en que jugaría con él hasta que quedase sin vida. Pero estos juegos se los narraré cuando lleguemos a la parte del entretenimiento de mi fiesta nocturna.

Luego de decidir el lugar, me dispuse a elegir un banquete digno de la ocasión, necesitaba cenar como un dios y beber como si fuera el mismísimo Baco. Por otro lado, recordé la porquería que cenaría conmigo y pensé en dos platillos, el previo a la muerte y el post mortem. Mi cena con el invitado consistía en un típico mole oaxaqueño y de postre un tequilita exquisito. Y la cena para celebrar que mi empresa saldría a la perfección, sería lasaña a la boloñesa, carnes de distintos tipos, ensaladas (tenemos que guardar la forma y la apariencia de vez en cuando, ¿no creen?), acompañados del mejor vino y whiskey del mundo.

Por aparte, también pensé en la música de acompañamiento antes, durante y después de esta celebración. La música que compartiría con él en la comida sería de banda (porque mi invitado, el naco, con respeto a todos los que prefieren este género musical, ama este tipo de música con las putadas de narco corridos); durante su muerte sería algo que me hiciera sentir como en casa, sería un poco de rock clásico y rock pop, es decir, The runaways y Nirvana, y t.A.T.u. y Los bunkers. Más para terminar con el banquete un poco de música tranquila con Nickelback y Manuel Medrano. A pesar de esto, me gustaría saber qué música hubiesen elegido ustedes, pero supongo que ya tendré tiempo de hablar con ustedes en persona o través de epístolas que me llegarán directamente a prisión preguntándome sobre la “babosada” que ustedes creen que hice. Pero, díganme, ¿creen qué estaré en prisión por mi fechoría? No sean ilusos, no pierdan su tiempo, recuerden lo que decía el Sade, para el hombre rico no hay ley que valga. Así que evítenle la fatiga a la prisión de tener que remandar sus cartas a mi casa, y háganlo personalmente por favor, claro, si no es mucha molestia.

Ahora sí pasemos al entretenimiento. Pensé que el contratar sexo servidoras sería un gesto noble de mi parte, conociendo lo puto que era este bato. Lamentablemente, no lo hice, las prostitutas no merecen contagiarse una enfermedad con esta basura.

Así que me decidí por…

Estimado lector, a lo largo de este texto te darás cuenta de que no tengo censura alguna o remordimiento que me haga parecer arrepentido. Pero dime, ¿tú estarías arrepentido de hacer pagar a alguien por los daños causados a tus seres queridos? No existe el famoso cielo o el infierno; más allá de este mundo no habrá quién lo juzgue o quién lo haga pagar por sus errores. Tuve que hacer todo por mi parte, y sinceramente no me arrepiento de nada. Bueno sí, de no haber prolongado su jodido sufrimiento por más tiempo.

La maldita ansiedad y la necesidad de hacerlo todo de una maldita vez fue lo que me arruinó la vida. Si no, hubiera jugado con él por más tiempo. Y ese es mi consejo, disfruta del momento, sea lo que sea que estás haciendo, no vale la pena que pierdas la oportunidad de hacerlo y sólo por apresurarte al hacer las cosas. Es más, hasta a la hora de comer el sabor más delicioso prevalece más tiempo en la boca de quien sabe degustarlo que en la de aquellos que sólo tragan por tragar.

Lo recibí en mi casa alrededor de las ocho de la noche. Él iba vestido con unos pantalones de mezclilla, una camisa azul y una cachucha negra. Se presentó en mi residencia con una sonrisa en sus labios y diciendo “me alegró que hayas abierto los ojos, gracias por haberme perdonado”.

¡Maldito inútil sin vergüenza! ¿Perdonar? Eso es de hombres débiles y en este mundo él débil no sobrevive. ¿Creyó que se iba a burlar de mí otra vez? ¡Pues no! Yo jamás le perdonaría las lágrimas en los ojos de mi hermana y mi madre, jamás le perdonaré la manera en que llegó a tratar a mi familia, jamás le perdoné ninguno de sus “errores” porque él no se lo mereció. Se arrepintió de todo en el lecho de su muerte, ¿gracioso, no? El hombre tiende a recordar todos los errores y todas las maldades que hizo hasta llegar a su muerte como si eso fuera a cambiarles el destino. ¡Qué idiotas somos! Debemos de aprovechar la vida, ¿de qué me sirve el arrepentimiento si en vida le causé desgracias a miles de personas o seres vivos? Eso no remedia nada, es como el hubiera, no existen, no sirven de nada.

La cena. Risas hipócritas. Música de fondo. Ansiedad apoderándose de su interior. Platicas inútiles sobre el pasado. Odio. Venganza. Más risas. Un apretón de manos. Un abrazo. Un te quiero de parte de él. Veneno. Desmayo. Una soga. La sala. Una foto.

−Dime algo, ¿ves esta foto? −lo miré y él intentó responder, pero la gasa dentro de su boca no se lo permitió− Tranquilo, no tienes que responder, eso adelantaría el destino que te tengo preparado. Por ahora calla y escucha −tomé un trago de tequila y proseguí−, a final de cuentas eso es lo que has hecho a lo largo de tu vida, callar y huir, callar y traicionar, callar y joder la vida de los demás. ¿Sabes cuánto tiempo esperé para tenerte así? Continuemos, mi amigo, en esta foto se puede ver a unos niños jugando a la pelota. ¿Reconoces a esos infantes? Son los mismos que te negaste a reconocer, a los cuales les diste la espalda cuando más te necesitaban. Ellos no pudieron hacerte pagar por todo ello, pero yo sí. Haré que sufras lo mismo que hiciste sufrir a tus hijos. ¡No! ¡Espera! Ellos no son tus hijos, porque como dicen, no es padre quien engendra sino él que cría, y tú no serviste para nada. Permíteme darte el primer de los castigos, esta será una noche que no olvidarás en esta vida ni en las que prosigan, o en la vida eterna, o como simple energía. Mira −me acerqué a un mueble y lo abrí para sacar de él una cadena de alambre de púas−, esta herramienta me ayudará contigo.

Un azote. Dos azotes. Sangre. Gemidos. Lágrimas. Diez azotes. Más sangre. Dolor. Cloro en las heridas. Cuerpo al borde de la muerte. Sonrisas. Risas. Euforia. Justicia. Un escupitajo en la cara. Una bofetada. Tirón de cabellos. Un botiquín. Curaciones en las heridas. Anestesia. Sueño profundo. Pasillo hacia el comedor.

−Dormiste mucho, ¿no que tan hombrecito?, entonces, ¿por qué no soportas los golpes de la vida? −prendí un cigarrillo y lo coloqué en mis labios para apagarlo en la piel de su oído− Para que veas que no soy tan culero, te curé las heridas porque te pusiste bien maricón y ya te me estabas muriendo. Y no, mijo, tienes que soportar al menos una noche y un día completo. ¿Sabes por qué te partí la madre con esa cadena? Así como yo te desgarré la piel, tú le desgarraste sus ilusiones a esos niños. ¿Sabes cuántas burlas soportaron por el hecho de que su padre los abandonó para irse con una piruja? Pues fueron más que los golpes que te metí. Pero bueno, también te preguntarás el por qué utilicé cloro en las heridas. Según tengo entendido, el cloro limpia y desinfecta, y eso intento contigo, desinfectar tu jodido cuerpo, limpiar la porquería de alma que tienes. A ver, pinche puerco, ve esta otra foto −le acerqué a la cara una foto donde estaba él y una tipa cuarenta años menor que él−, ¿te gusta joderte a viejas que no son más que unas niñas?, ¿no te da vergüenza? Era una mocosa, y por ella cambiaste tu vida. Te gustaba probar nuevas sensaciones y posiciones en el sexo, también amabas las drogas: cocaína, piedra, heroína, anfetaminas, marihuana, alcohol, foco, hongos, etc. ¿A eso le llamabas vida digna? Nunca pensaste en que tus hijos necesitaban un padre con quien hablar, a quien pedirle un consejo, o un maldito abrazo… Pues, te tengo una sorpresa. Les darás un abrazo, pero al mismo tiempo gozarás del mejor alcohol de todo México y del mejor sexo de tu vida.

Una botella de alcohol. Mango de escoba. Piel desnuda de los brazos. Unas pinzas. Un encendedor. Un cigarrillo en su boca. Risas. Lágrimas y risas. Gritos de odio. La pinza y una uña. La pinza y dos uñas. Gritos. Sangre. Agonía. Sudor frío corriendo por su frente. Uñas. Pinzas. Uñas. Pinzas. Dolor. Sangre. Sufrimiento. Risas. Veinte uñas en el suelo. Hombre a punto de desmayarse. Alcohol bañándole la piel de los brazos. Un encendedor. Piel quemada. Hombre inconsciente. Humo. Más humo. Más curaciones. El reloj. El comedor. Hombre despertando. Alcohol en su cara. Pantalones fuera. Ropa interior fuera. Mango de escoba hasta dentro. Gritos. Insultos. Esfínteres desgarrados. Llanto desesperado. Música a todo volumen. Tequila acompañando la alegría de su alma.

−No llore, no sea niña. ¿No que los hombres no lloran? ¿No decía esto? Pues, usted, actúa peor que un maricón. Pero, dígame, ¿para usted qué es un maricón? ¿Un hombre que gusta de otros hombres? No sea imbécil, maricón es usted. Los años siguieron pasando, y usted se convirtió en un fútil palurdo cada vez más inservible. Me gustaría castigarlo por cada mierda que hizo, pero se me acaba el tiempo y usted no durará mucho que digamos. Así que me daré prisa en cuanto a los planes que tenía para esta noche −saqué una navaja de mi pantalón y una foto nueva, comencé a hablar−. Hace unos instantes comimos aquí y dijimos un montón de hipocresías, tú sólo viniste por el dinero, no porque quisieras verme o reconciliarte conmigo. Aún me cuestiono por qué quisiste perforar en la vida de dos mujeres y arruinárselas por instantes. ¿Te sentías tan hombrecito como para tener hijos regados por doquier y así seguir de puto? ¿Recuerdas cuando te enteraste que tu hijo era homosexual? ¡Pinche teatro no hiciste! Si supieras que al menos él si era un hombre, hombre de esos que son responsables y racionales, de los que realmente valen la pena. Le dijiste que personas como él no debían de vivir, pero qué equivocado estabas, él que no merecía vivir eras tú. Él no dañaba a nadie, en cambio, tú no acababas de desgraciarle la vida a uno cuando ya estabas jodiendo a otro. ¿Qué? ¿No recuerdas? Te pondré de ejemplo al que dejaste invalido, a tu amigo del alma que dejaste abandonado, y todo porque ya no te servía de nada. Pero no te preocupes, ahora mismo pagarás por ello −me acerqué a él y le corté un oído de una sola vez, y escuché una hermosa melodía, un grito desgarrador, sin duda iba por buen camino−, ¿Sabes cómo? Dile adiós a todas tus extremidades.

Una sierra. Un pie. El otro pie. Ríos de sangre. Una mano. Otra mano. Un oído. Una pierna. La otra. Los brazos. Sangre. Más sangre. Sangre. Gemidos. Llanto. Muerte a punto de llegar. Desangre. Cuerpo a punto de quedar inerte. Camino de sangre. La habitación. Una foto.

−Y aquí terminaremos con todo. Ten −le coloqué una foto frente a él, que muy apenas y con mucho esfuerzo logró divisar−, es un regalo de mi parte. Una foto de tu familia, cuando prometiste cuidarlos y darles mucho amor. Más ahora es momento de despedirte…

Una pistola. Una bala. Un disparo. La cabeza. Muerte instantánea. Más sangre. Sangre en sus manos. Risa enfermiza. Lágrimas corriendo en sus mejillas. Nuevo comienzo. Adiós al pasado. Paz. Tranquilidad. Suspiros de plenitud.

−Adiós, papá…

Somníferos. Sueño. Una ambulancia. Los medios. Televisoras. Miles de noticias corriendo. Tristeza en una familia. La policía. Un juicio. Una sentencia. Libertad. Todo en orden. Todos se olvidan del suceso. Una nueva historia. Nadie recuerda o reclama al difunto. Venta de la casa. Compra de una mansión cerca del cementerio. Felicidad completa.

Mis lectores, me arrepiento de no haberme divertido por completo. No aproveché del todo la situación. Me hubiese gustado utilizar el método de tortura china, ese, el de la rata que devora los intestinos de su víctima. No obstante, no todo se puede en esta vida, hay tantos métodos de tortura que pude haber utilizado para asesinarlo, pero ya todo quedó atrás.

Ustedes se preguntarán, ¿olvidé a ese hombre? No, pero al menos ya no me jode la vida.

Sin más, les agradezco la atención que pusieron a lo largo del banquete de mi vida. El mejor festejo que he celebrado.