PASO DE LA MUERTE. Maleni Cervantes

 Cuento al estilo fanfic basado en uno de los cuentos de Juan Rulfo

 

A veces recuerdo a mi tata. Viejillo sabiondo, tenía tanta razón. Los campos no cambian, lo que cambian son los hombres que habitan en ellos. Pos sí, la yerba crece, las milpas también, si se les sabe cuidar. Lo que no va pa lante es el perdón de un hijo sin más.

¿Qué sabía mi padre de los días que ni pal maíz teníamos? Ahí, nos abandonó cual si fuéramos animales cualquieras. Que si en el norte había más futuro, que si luego regresaba. ¡Ni modo, Chato! Lo que se va no vuelve, y si vuelve no se acepta.

Mi abuelo siempre lo decía “trabajando se come y comiendo se vive”. Cosas que ni le entraron por una oreja, ni le salieron por la otra, al viejo que se dice ser mi padre. Ese cabezón era viejo holgazán, ni pa mantener su casa servía. Un buen hombre no se va pal norte, se sujeta bien el cinturón y a labrar se pone. Que, si chiquillos quiere que le cuesten, que como decía doña María “no es padre el que engendra, sino el que cría”. Tons, era de suponerse que padre fue mi tata, hombre con sus pantalones bien puestos.

¿Pos qué crees, Chato? El otro día, el mesmísimo José vino a pedir perdón, que ya ta viejo y necesita que alguien lo cuide. ¡Ni vergüenza tiene el cabrón! Que se vaya por ahí, como le dijo a mi tata cuando éste le preguntó a ónde iba, luego de contarle que su vieja nos dejó: “pos por ahí, padre, por onde usté dice que se fue”.

Lástima que el hombre es tonto o tarugo se hace. Un día vive de su juventud, al otro regresa como si nada haiga pasado. ¡Ya ni la friega! Prieto se fue, quemado regresó. Y las cenizas pa nada sirven cuando uno quiere hacer fuego.

Pero, tómale, Chato, el tequila entre más puro mejor. Pos bueno, por ahí me vino a buscar el cura que, disque uno tiene que cargar con su cruz y que la cruz de uno son los padres. ¡Pos qué pasó! Ni que uno fuera re menso. Primero una pinche pistola en mano y una mirada que queme, te aseguro que ese señor aquí no se apronta, sale huyendo como perro atormentado.

¡Ni el chamuco lo aterra a uno, más que la conciencia!

La necesidá es cabrona, y uno, uno busca a los demás por necesidá no por arrepentimiento. Y ese señor, ¿tiene remordimiento? Lo que tiene son ganas de que le tortién, pero lo único que va lograr es que le tortíe el hocico si sigue molestando en mi casa.

Porque, como dicen, dando y dando y pajarito volando, yo su tristeza no me la trago, mucho menos la digiero. Que, si quiere perdón que dé algo, ta re mal si piensa que obtendrá compasión de la nada.

Mi abuelo noche tras noche, se la pasaba entre cuete y pólvora, pa darnos de comer taba difícil, pero nunca se rajó. Y éste, se presenta con su cara de mustia, ¡cómo si eso sirviera de algo!

¡Ay, Chato! Bien dicen que la vida cambia, un día tas arriba, otro tas bien aterrizao en la tierra. Hace años, me hice bien hombrecito y ayudé al tata con mis hermanos. Me metí en la agricultura, ¡veme!, ¡no soy el mesmo! Ya tengo pa tragar y darme mis gustitos.

¡Más hora resulta que ya tengo padre! ¿Cómo son las cosas? Soy capaz de pagarle el coyote, que se largue pal norte, eso quería. Pero aquí, yo no lo acepto. Que le llore a su amigo, que lo maten, que la casa le bajaron y los becerros no supo cuidar.

Pero, güeno, Chato, vamos pa la casa, mi señora hizo unas tacasotas y con un vasito de leche ni te vas a arrepentir. Créeme que hay mucho por contarte de la visita de ese infeliz. ¿Sabes qué fue lo que dijo la noche de su regreso?

“Mire, Pirrurris. No hay nada pior que el castigo de un hijo, y cuando yo los dejé a usté y a sus hermanos, fue porque no me quedó de otra. Yo no tenía nada que ofrecer, ustedes morirían de hambre. Hasta la Tránsito se fue a transitar por otros rumbos, y pos yo, me quedé solo como un chucho. No sea rencoroso y perdone a su padre”.

Sus palabras ni pal arranque sirven, me lleno de congoja de pensar en aquellos días. Mis hermanas lloriqueando por su madre, con los pies todos chamagosos y sus ropas todas harapientas. Uno tiene corazón y de resentimiento se llenó. Dolía ver a los míos sumidos en la pobreza, en el hambre y en la soledá. ¿Sabes cuántas veces nos quedamos con ganas de un taco con sal? ¡Ni pa eso teníamos!

Mínimo cuando vivíamos con nuestros padres el amor amortiguaba el hambre y la tristeza. Pero, pos ya cuando uno ta solo, ¿a ónde recurre si no se tiene nada? Pos a perrearle, a buscar en la basura, a trabajar como bueyes y a tratar de sobrevivir. ¡Hora resulta que todo se lo vamos a poner bien facilito! ¡Viejo crédulo! ¡Si hombrecito debiera ser! ¡Qué sabe él de sus hijos, sino lo que se dice en el pueblo!

Chato, ¿te acuerdas de cuando me conocites de niño? Me dabas de tu torta, me prestabas tus trompos y tus matracas. Tú siempre fuistes como un hermano pa mí. Hasta cuando comencé a trabajar de cuetero con mi abuelo. Ibas y nos ayudabas pa que pudiera salir a jugar un rato con el crillero.

Pos, bueno. José vino el sábado pasado en la noche. ¡Ni María Magdalena lloró tanto! Lo pior de todo es que de lágrimas de cocodrilo no pasaban las de este hombre. Se echó su rollo y quería pasarse a la casa. ¡Pos ni que fuera la suya!

Con sus palabras quería entrar en mi pecho, ¿cuándo has visto que un par de pétalos destruyan una muralla? Así este hombre, ¡y la vergüenza ónde la dejó! Siguió con su palabrería, me contó de su viaje al paso. De cómo trabajó en el tren y cómo intentó cruzar la frontera con el amigo que le mataron.

¿Eso a mí qué, Chato? Ni que él se hubiera preocupado por nosotros. Se fue como un cobarde y le echó la piedra al zapato de mi tata. No se supo nada, nadita dél. Hasta que vino y de conciencia se fue, no quiso llevarnos consigo. Tons, ¿por qué nosotros cargaremos con un morralito que nos es desconocido?

Vamos, Chato, camínale más de prisa, quiero mostrarte mi jardín, ¡si mi vieja se luce en eso de los rosales! ¿Quién iba decir que yo me iba casar con semejante mujeron! Y pos a quién le dan juguete que chille.

Este viejo rabo verde entre escusas y mentiras quería que le valiera el perdón, ¡pos pa eso ta la iglesia y el señor cura! Yo soy mortal y de perdonar no vivo. ¡Qué hablara! A mí no me importaba. Otra cosa que no le perdono, fue la manera de invocar la figura del tata.

¡Qué ese viejillo nos educó pa no quererlo! Que ese señor lo dejó por el ahí se va, en el camino de la vida. Que la culpa era del santo de mi abuelo. ¡Pos uno no tiene corazón de acero! Uno siente cuando ofenden los suyos. Además, ¿quién nos dejó a nosotros pior que en el camino del ahí se va? ¿Quién le dijo que el abuelo nos decía que no debíamos quererlo?

Nadie es ciego como pa no ver, ¡y más si las cosas son tan claritas! Dejé que hablara y se desahogara. Luego como signo de reconciliación trató de darme un abrazo. ¡Nunca he visto que las cosas se arreglen tan fácil! Me quité y lo corrí sin más.

El viejo me dijo que uno no debe de ser tan rencoroso, mucho menos con sus padres. Pero, no todos pensamos de la mesma manera. Es más, mira, ¿ves allá el rosal? Ahí, Chato, está José. ¿Notas aquel montoncito de tierra elevado? Pos el señor no se quería ir de la casa, dijo que prefería estar muerto que regresar a la calle sin nadie con él. Yo lo ayudé en su deseo, le regalé mi pistola y entré en mi casa.

Luego, luego, se escuchó una detonación. El muy hombrecito se disparó en la sien. Y, ya ves cómo son de chismosas las viejas, pos todas las vecinas salieron de inmediato a ver qué pasaba, entre murmullos y gritos, sólo se distinguían frases como: ¡Ave María purísima!, ¡Ay diosito, santo!, ¡Háblenle a un dotor!, ¡El sacerdote, traigan al sacerdote para que le unte los santos óleos!, ¡Es el hijo del Pirrurris, háblenle!

Pos ahí las tienes, toque y toque la puerta. Salió mi mujer y le contaron que mi padre se había matado. Mi vieja se persignó y me llamó en seguida. Cuando llegué a la puerta, el sacerdote estaba ahí y me aconsejó que ofreciéramos una santa misa en el nombre de ese señor. Que él mismo se encargaría de los preparativos del funeral y del entierro.

¡No, pos eso no sería algo merecido! ¿Te imaginas cuánto dinero tuviera que pagar yo? No me lo gasto en pachangas, mucho menos en viejos sarnientos como él. Pos ni que uno fuera borrego y lanudo. Le tuve que comentar al padre que el problema era mío y por lo tanto yo me encargaría dél.

No hubo misa, mucho menos funeral o entierro luctuoso. ¿Pos qué no dicen que si uno se mata a sí mesmo se va derechito al infierno? Tons pa qué gastar en una misa si de todas maneras pa con el chamuco iba a llegar. En cuanto a un lugar en el cementerio, ¡mejor ese gasto lo invierto en otro sembradío! Pa éste que se conforme con un pedacito de tierra junto al rosal, ¡y qué se sienta de gloria! Que, si por mí fuera, se lo hubiera dado a los gatos monteses con tal de no tenerlo cerca.

¡Vieja! ¿Ón tá la cena? Aquí tamos el Chato y yo, tenemos un chingo de hambre, préndele al jogón que tamos de pachanga. No todos los días se nos desaparece un problema así de facilito.