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Transbordo (Dimitri Ives)

 

Créditos de imagen: Pixabay

Un cristal lo separaba del mundo real, del universo en movimiento. No recordaba la primera vez que había colocado su cabeza en un trozo de vidrio. Pero sí estaba seguro de la primera vez que había soñado mientras recargaba su cabeza en el cristal. Era como si se hubiese desconectado de la realidad para imaginar posibilidades infinitas de lo que pudiera ser, pero que jamás sería.
A través de esa barrera transparente y nítida asimilaba un montón de imágenes que siempre eran iguales, o al menos, parecidas. Un árbol a punto de derrumbarse ya fuera por plaga, sequía o incendio. Un poste de luz tan inclinado que simulara estar a punto de recostarse sobre el asfalto de la calle. La tienda de fulanito con una fachada repleta de grafitis sin sentido. La señora regordeta de cabello negro lacio en la parada del camión con un rostro de pocos amigos. El perrito callejero que se escondía entre los huecos de la barda de la unidad deportiva.
Días repletos de luz, infiernos calurosos en los que la gente sudaba y desprendía un olor agrio y molesto. Otros, a media luz con nubes cubriendo el cielo, mientras la gente andaba con un paraguas en mano y una chaqueta en la otra. Olores a perfume e incienso, comida y desagüe, humo y flores; mas, adentro de aquel cristal sólo existía el hedor a desconocidos, un hedor penetrante a mugre y trabajo, menstruación y orina, desodorante barato y sudor con aceite. Fragancias que, sin quererlo, lo unían con otros, lo hacían parte de su realidad.
Esa mañana había salido con dirección a un barrio desconocido para él. Subió en un camión color rojo y con asientos grises. Caminó hasta el fondo y tomó asiento junto a la ventana. En sus manos tenía el teléfono celular, abrió una aplicación y colocó la alarma de notificación de parada.
No sabía a dónde se dirigía, eso era cierto. Sin embargo, en el fondo era un camino que siempre tuvo la ilusión de recorrer solo. Acompañado únicamente de la música que resonaba en sus oídos, primero una melodía tranquila y melancólica, para después finalizar con un ritmo rudo y acelerado.
Conforme recorría las calles pensaba en las veces que había hecho recorridos similares. Trataba de reflexionar, sentir todo lo que le rodeaba, pero había tantos momentos que lo único que le recordaban eran sus ganas de huir, querer escapar de la enajenación.
En su pecho sentía un hueco que lo consumía. De nuevo se estaba aferrando a la angustia. No estaba seguro de qué pasaría después, quería que ella no se fuera de su lado. La incertidumbre le hacía cuestionarse si ella todavía deseaba saber de él, o si simplemente se iría como todas las personas a las que había querido en su vida.
Su pie comenzaba a denotar esa ansiedad. Golpecitos contra el suelo del camión. Los dedos de sus manos tamborileando en la mezclilla de su pantalón. La respiración acelerada. Ardor en el estómago. Grandes suspiros. Ojos cristalinos a punto de inundar sus mejillas. Pensamientos por aquí y más allá. Trataba de convencerse de que las flores no crecerían más. El café al despertar ya no lo embriagaba como antes. Ella pasaría a ser parte de los sueños inconclusos en los que el rostro se va a desdibujando hasta perder forma y contorno, sería la sombra mal trazada al pronunciar su nombre.
Él tendría que aprender a ver a través de la ventana sin buscar su reflejo, sin esperar encontrarla al final del viaje. Ella se convertiría en el recuerdo que lo atormentaría por los siguientes meses. Él se daría por vencido, se desvanecería entre palabras no dichas y botellas de alcohol vacías.
¿Para qué albergar ilusiones o sueños donde solo quedaba oscuridad? Ya no se trataba de luchar, de querer volver y sujetar. Era momento de lanzarse al vacío, caer en cuenta de que ningún sueño se hacía realidad.
¿Y que hablar de perder? No se podía perder aquello que nunca se tuvo. Esto aplicaba para ella y su sonrisa. Lo mismo para sus sueños y perspectivas de vida.
Ya no quedaba nada más. El viaje estaba llegando a su final. Los ecos eran eso, palabras en el viento que nunca se atraparán. Palabras del pasado perdidas en el viento.